¿Por qué ha tenido que pasar tanto tiempo para que un futbolista en activo salga del armario?
Josh Cavallo se ha convertido en el primer futbolista en activo del mundo en reconocer públicamente su orientación sexual
Tiene 21 años y forma parte del equipo Adelaide United, de la primera división australiana
¿Solo hay un futbolista gay en todo el mundo o es que este entorno es demasiado hostil para la homosexualidad?
Joshua Cavallo, centrocampista del equipo Adelaide United (de la primera división australiana), ha salido del armario como gay en un vídeo que ha difundido a través de Twitter. Se convierte así en el primer futbolista en activo que reconoce públicamente su homosexualidad. En el vídeo, Cavallo confiesa haber vivido “avergonzado”, y convencido de que jamás sería “capaz de hacer lo que amaba” siendo gay. Hasta ahora, había ocultado su orientación sexoafectiva “para perseguir un sueño que siempre deseé de niño. Jugar al fútbol y ser tratado igual que los demás nunca pareció una realidad".
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El anuncio de este futbolista australiano puede significar el principio de un cambio histórico. El fútbol, como deporte mayoritario en buena parte del mundo, se ha convertido en uno de los últimos reductos del sistema cisheteropatriarcal. Hasta ahora, solo algunos exjugadores habían hecho pública su homosexualidad, una vez alejados del ultramasculinizado universo futbolístico. Si tenemos en cuenta que, según los cálculos científicos, un diez por ciento de la población es homosexual, ¿cómo es que hasta ahora ninguno de los miles y miles de futbolistas profesionales había salido del armario?
La respuesta no es, claro, la imposibilidad estadística de que no hay gays entre ellos. Si hasta ahora ningún jugador se había atrevido a hacer pública su orientación es porque la homofobia campa a sus anchas en el mundo del fútbol. No ha hecho falta que ningún jugador salga del armario para que “maricón” sea una palabra omnipresente en los estadios, desde los más pequeños hasta los de los equipos más importantes del mundo.
Insultar mediante sinónimos de homosexual a jugadores y árbitros forma parte intrínseca del mundo del balonpié, un ecosistema donde se equipara potencia física y técnica con masculinidad. A lo largo de los años, muchísimos jugadores han tenido que enfrentar insultos homófobos por su apariencia, su corte de pelo o por su manera de jugar. Guti, Beckham, Cristiano Ronaldo… No responder al criterio de “machote” les ha convertido en diana de la homofobia. No hace tanto que una foto que captaba un gesto cariñoso entre Gerard Piqué y Zlatan Ibrahimovic les ponía en el disparadero –a la que el jugador sueco respondía de una manera todavía más homófoba, declarando a un reportero “ven a mi casa y verás si soy gay. Si es necesario, iré a tu casa. Y trae a tu hermana”–.
En un ambiente tan hostil, ¿cómo se van a atrever los jugadores gays a salir del armario? Los campos de fútbol siguen siendo escenarios de la masculinidad tóxica: son un territorio para el enfrentamiento, para machacar al rival, para gritar, para sentirse parte de un bando. De hecho, a muchos aficionados el fútbol les permite desfogarse del estrés del día a día mediante esa performance casi bélica, donde la agresividad se premia, mientras que la debilidad, la sensibilidad o el error se convierten en excusas para atacar.
Forma de socialización
Más allá del deporte profesional, el fútbol es una de las principales formas de socialización en España y buena parte del mundo. Es habitual que apoyar o detestar a los mismos equipos se convierta en una forma de conexión con otras personas. De hecho, ser de uno u otro equipo es para mucha gente un motivo automático para la simpatía o antipatía.
Y como toda forma de socialización, empieza en la infancia. Muchos bebés son inscritos como socios en los clubes de sus padres nada más nacer, como paso inmediatamente posterior al registro civil. En los colegios e institutos, el espacio de recreo ha estado tradicionalmente ocupado por una pista de fútbol, que acoge a ciertos niños y expulsa a los demás.
Esos niños parece que siempre son los más “masculinos”: los que tienen un físico más desarrollado, los que demuestran una superioridad en sus relaciones interpersonales, los que pueden imponer su fuerza… Estar dentro o fuera del campo marca la posición de los niños en el recreo, y es un buen ensayo de lo que premia la sociedad. Dentro están los fuertes, y fuera los débiles. Los gays, por supuesto, solo pueden existir en el campo de juego si ocultan o anulan esa parte de su identidad.
La incomodidad que provoca la presencia de un homosexual en el mundo del fútbol no tiene nada que ver con su calidad como jugador. Un gay en un equipo de fútbol –como le va a pasar a Joshua Cavallo– será mirado con recelo y puesto en juicio por su actitud con los demás compañeros. A la mentalidad patriarcal no le cabe en la cabeza que un chico al que le gustan los chicos pueda jugar con ellos como si nada, pueda tratar con ellos como si nada, pueda ducharse con ellos en el vestuario como si nada.
El modo de pensar cishetero prioriza el deseo sobre el respeto, se vale de la atracción para marcar territorio. ¿Por qué los machirulos piropean a las chicas por la calle? ¿Para halagarlas? ¿Para comenzar un juego de seducción? No, para dejar claro que ese territorio es suyo. Los machos alfa, como los de las manadas de primates, sienten la necesidad de demostrar constantemente su “superioridad” por temor a perder su posición privilegiada, y usar su condición de hombres deseantes ha sido una de sus principales armas toda la vida.
Por eso no pueden entender que un chico gay juegue en su equipo sin usar esa herramienta; no comprenden que en un vestuario uno esté simplemente duchándose con sus compañeros sin que eso constituya una demostración de estatus. Al contrario, asocian a la homosexualidad una actitud depredadora, porque la consideran una desviación de la sexualidad “natural”. Y el mundo está hecho a esa medida: un profesor de educación física que daba palmadas en el culo y masajes a niñas de 11 años (llegó a meter el dedo entre la falda y la cintura a una de ellas) ha sido absuelto en Madrid porque se considera que “no hay sesgo sexual” en su comportamiento. ¿Qué habría pasado si fuera un profesor abiertamente gay y lo hiciera con niños?
Visibilidad
El paso de Joshua Cavallo es importantísimo. La relación entre fútbol y homosexualidad lleva décadas de retraso si la comparamos con los avances que se han ido haciendo en otros terrenos. Y en todos ellos, siempre ha habido grandes ejemplos de visibilidad que han cambiado las cosas. Sin esas personas que decidieron no ocultarse, el mundo no habría avanzado tanto.
En España, un ejemplo es Víctor Gutiérrez, waterpolista de la selección nacional, que desde su salida del armario ha tenido que enfrentar muchas vejaciones e insultos. Pero con esa visibilidad, ha logrado una sanción histórica a otro deportista por insultarle durante un partido. Si Gutiérrez no fuera públicamente gay, esa palabra de desprecio habría sido una de tantas que se vierten en los enfrentamientos deportivos. Pero tras su visibiliación como homosexual, se ha convertido en el ejemplo de lo que no se puede seguir consintiendo.
El próximo partido que juegue Cavallo en Australia puede ser ese punto de inflexión que el fútbol lleva tanto tiempo necesitando. Quizás, en las gradas del estadio donde se juegue, alguien se lo piense dos veces antes de llamar “maricón” o “nenaza” a un jugador cuando falle un lanzamiento. Será un paso invisible pero fundamental para transformar el espacio por antonomasia de la masculinidad tóxica en un lugar donde solo importen los méritos deportivos, y no con quién celebre cada uno la victoria después del partido.