Cuando José Martí dijo que, en la vida, hay que "plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro", sabía de lo trascendental de cada una de estas empresas. Aunque nada es comparable a engendrar una vida humana, el proceso de la escritura sí puede asemejarse (blasfemias aparte) a una suerte de Creación, en la que el Dios Escritor da vida y forma a sus mundanos personajes, al universo en el que viven y maneja a su antojo su destinos, cual Hacedor.
Por eso, sentarse a escribir una novela, como han hecho los dos chicos jóvenes a los que hemos entrevistado por el Día del Libro, no es un objetivo sencillo. Y mucho menos cuando hay que trabajar más de ocho horas al día, entrenar, dar clases y cuidar un cierto grado de sociabilidad diaria si no se quiere acabar como Bukowski.
Hoy por hoy, en un mundo en el que todo va a velocidad X10, es difícil hacer hueco a una práctica tan disciplinada, exigente, lenta y solitaria como la verdadera narrativa. Borja Ortiz de Uriarte y David Reinoso lo han hecho y los dos coinciden en que solo hay una manera de conseguirlo: con constancia.
"Al principio, no sacaba mucho tiempo pero, cuando tienes una pasión, lo sacas de la nada. Si coges la costumbre y mantienes la disciplina de escribir todos los días, que es lo más importante, la historia cobra vida y va saliendo sola", dice Borja sobre la redacción de su primera novela 'Las sombras del universo: Galerna'; algo que comparte al cien por cien su compañero de fatigas, David Reinoso, autor de las novelas 'Se atormenta una vecina', 'Se atormenta un jubilado' y 'La memoria del silencio':
"Si te organizas, hay tiempo para todo. Yo tengo dos trabajos, pero si uno tiene constancia, se consigue. Es lo que a mí me ha salvado. Yo me siento a escribir todos los días, aunque no escriba. Porque puedo leer lo del día anterior y corregir y, aunque no haya creado nada nuevo, en mi cabeza ya se crea el hábito de ir escribiendo".
Los dos tienen claro que no es fácil enfrentarse a una hoja en blanco. Pero, si se quiere mantener el principio de autoridad, fundamental en cualquier relato, el escritor siempre puede recurrir a aquello que mejor conoce. Todo autor debe demostrar que tiene un control absoluto sobre su historia, sobre sus personajes y sobre el entorno en el que se mueven. Por eso, tanto Borja como David han elegido escenarios que conocen muy bien: sus pueblos y ciudades de origen.
Aunque, actualmente, ambos residen en Madrid, Bilbao y Navaleno (Soria), en el caso del primero y la Alpujarra Granadina, en el caso del segundo, han sido el escenario de sus tramas. De hecho, Borja ha elegido un fenómeno meteorológico particular y muy conocido de la costa cantábrica, las galernas, para dar titulo al libro de ciencia ficción que, en un futuro, será el primero de una trilogía:
"Las galernas son borrascas de viento frío que llegan de repente y hacen que se pase de 40 grados a 20 en cuestión de media hora. En mi libro, el personaje principal aparece corriendo por un bosque y buscando a su novio, y termina en un establo. De repente, alguien le clava unas tijeras y, a partir de ahí, todo cambia y eso es lo que se asemeja a la galerna. He querido explicar que, en la vida, de repente estás arriba y, al segundo, puedes estar abajo. Todo puede cambiar en un momento".
Reinoso, sin embargo, ha elegido un ambiente más cálido para ilustrar su tercera novela. "Yo he creado una historia que transcurre en la Alpujarra de Granada. Por un lado, quiero homenajear a mi tierra, quiero que todos los que viven allí y que lean la novela se sientan reflejados, distingan las calles por las que ellos pasan todos los días, los pueblos y demás y, por otro, darla a conocer", aclara el autor de 'La memoria del silencio'.
El libro transcurre, principalmente, en Ugíjar, el pueblo natal de un guardia civil que se marchó hace muchos años, pero al que tiene que volver para resolver un crimen. Así se plantea esta novela negra, que ha supuesto para su autor un valiente cambio de registro, pasando del humor de sus novelas - cluedo a una trama mucho más profunda en la que uno se pregunta si las heridas que se esconden se curan por el mero hecho de estar escondidas.