En los campos de concentración y exterminio de la Alemania nazi, se usaron una serie de símbolos para distinguir a los prisioneros, que en su gran mayoría fueron asesinados. Los hombres homosexuales eran identificados con un triángulo rosa. Este símbolo, que se usó para señalar y estigmatizar a la población gay, resucitó cincuenta años más tarde en un nuevo cataclismo, la crisis del VIH-SIDA. Esta vez, reclamado por los propios afectados para atraer atención sobre su historia.
Porque, entre el inicio de la pandemia y la reacción de los gobiernos y las farmacéuticas para alcanzar un tratamiento efectivo, pasaron unos angustiosos años en los que las personas que se infectaban estaban prácticamente condenadas a muerte. Como los hombres gays y los usuarios de drogas intravenosas fueron percibidos como los principales afectados, los poderes públicos y las empresas privadas miraron hacia otro lado durante demasiado tiempo. En medio de esa terrible espera, el arte contemporáneo se puso al servicio de la crisis para romper el silencio que la rodeaba.
Andrea Galaxina ha investigado la creación artística surgida de esos años en Nadie miraba hacia aquí, un ensayo sobre arte y VIH/SIDA, publicado por El primer grito. Su interés nació porque era “muy fan de Queen de adolescente, y nunca entendí demasiado bien qué había pasado ahí. Sabíamos que Freddie Mercury era gay o bisexual, pero había mucho silencio respecto a cómo había muerto, a pesar de ese cambio físico brutal que veíamos en las fotos. ¿Qué es esto que provoca un cambio tan radical? ¿Por qué había tanto tabú?”.
Como historiadora del arte, a Galaxina le interesan “las manifestaciones artísticas en los márgenes: el fanzine, lo efímero… Y el arte que surge de la crisis del SIDA tiene todo eso”. Frente a la oficialidad de los museos o las galerías, “la urgencia que deriva de la situación vital de esta gente hacía que los formatos se alejaran del resto del arte que se hacía en los ochenta. Primaban los carteles, los flyers, las pegatinas…”.
Precisamente un cartel, con el triángulo rosa y el eslogan Silencio = muerte, se ha convertido en testimonio más conocido de aquellos años. Una imagen surgida en las calles de Nueva York que removió conciencias y que se convirtió en icónica por “cuestiones simbólicas, pero también prácticas, porque la venta de ‘merchandising’ con la imagen, en camisetas o pegatinas, fue la primera vía de financiación de ACT UP, la organización que estaba detrás”.
Conseguir la atención mediática era fundamental para cambiar la percepción de la enfermedad en la población, y “el arte se preguntó cuál era su papel, cómo podía retar a las personas que lo ven para preguntarles: ¿qué estás haciendo tú?”. La obra de los artistas neoyorquinos Gran Fury en la Bienal de Venecia de 1990 es uno de los ejemplos más conocidos: colgaron una imagen del entonces papa Juan Pablo II junto a otra de un pene gigante, lo que causó un gran revuelo y atrajo la atención de los medios internacionales.
“El arte contemporáneo siempre ha apostado por la transformación y el compromiso”, recuerda Galaxina, y el arte surgido del SIDA era además “un arte de supervivencia: había que sea radical porque se estaban muriendo”.
En España, una performance sirvió también para poner el foco en lo que estaba pasando: el artista Pepe Espaliú publicó el 1 de diciembre de 1992 una carta en el diario El país hablando de su homosexualidad y de su infección. Ese mismo día, fue transportado por una cadena humana en una acción artística que llamó Carrying. Aunque para la historiadora es una obra “más amable”, también ejemplifica el grito desesperado de que “aquí hay unas personas que están tomando unas decisiones que provocan la muerte de otras, y nadie está haciendo lo suficiente”.
Si los carteles en las grandes cuidades de Estados Unidos o las acciones artísticas en las capitales europeas fueron la punta de lanza de la conversación social sobre el SIDA, para que la cuestión llegara al gran público tenía que pasar necesariamente por plataformas de mayor alcance. Si las muertes de Freddie Mercury o el actor Rock Hudson supusieron un shock para el público, la cinta hollywoodiense Philadelphia, estrenada en 1993 y que se llevó dos oscars, supuso la llegada de la enfermedad a la cultura mainstream.
“Es una película muy criticada por el activismo, porque hay un trabajo de desbrozamiento de las cuestiones más sensibles –el protagonista en realidad es el abogado heterosexual, el personaje con SIDA es un hombre normativo que se infecta por ‘un desliz’–, pero eso responde a que está buscado que el público hetero se compadezca del personaje de Tom Hanks”, expone Galaxina. Aunque “con todos los peros que le pongamos, es una película fundamental en la representación, porque para mucha gente el SIDA no existía hasta ese momento”.
Lo que aquellas corrientes artísticas y culturales nos han legado también está siendo revisado. “Se están recuperando voces, nos interesamos por otras que ya no están, y vemos cómo esas creaciones agitaron conciencias”, afirma la historiadora, y pone como ejemplo la serie It’s a sin: “personalmente no me gusta, pero sirve para que gente muy joven, para la que el SIDA es algo ajeno, se acerquen a esa realidad”.
Galaxina cree que “el legado de entonces se ve en movimientos que hay ahora y que usan la desobediencia civil y formas radicales de generar cultura. Las estrategias, el tono… están en muchas propuestas que vemos en fanzines o redes sociales”. Porque si entonces era el SIDA, hoy hay otras cuestiones como “la transfobia, o la violencia contra el colectivo. Aunque usemos otros lenguajes, la filosofía perdura”.